viernes, 8 de agosto de 2014

River vuelve a ser River, pero...

River vuelve a ser River. Argentina y el mundo futbolístico celebran que un grande reivindique su historia, como la "Juve" cuando había descendido y volvió para ser campeón, o como será con el América de Cali cuando sea su turno. Muchos años tuvieron que pasar para que el equipo de la banda cruzada regresara a donde pertenece y de la forma en que lo hizo: consagrándose campeón después con una goleada apabullante, curiosamente por el mismo número de puntos de diferencia sobre su más próximo seguidor en la tabla, cinco. Su autoridad fue INOBJETABLE.

Para mí, que no soy argentino, River Plate fue durante casi tres décadas (un poco menos que mi edad) el equipo más grande de Sudamérica y uno de los más temibles del planeta. No puedo sentir menos que admiración cuando recuerdo monstruos de las dimensiones de Franccescoli, Salas, Crespo, Ortega, Aymar, Sabiola y cien más. Jugar con River, el gigante mítico, estremecía. Aun más si había que hacerlo en el Monumental. Era como ir por el dragón a su cueva. Una cueva ensordecedora revozante de papelitos blancos que completaban un marco apoteósico en el que rescatar un punto era una hazaña. Toda esa gloria sustentada además por el mayor número de títulos en su país. La familia de River y los amantes del fútbol en general estamos felices de que la jerarquía vuelva a pesar. Así lo ha hecho saber su nueva administración con una vitalizante y acertada estrategia publicitaria que ellos mismos se han encargado de difundir, más la frase "el más grande lejos". 

Pero si la afirmación de que "River vuelve a ser River" es innegable, también contrasta con la mentira de autonombrarse "el más grande" y ni qué decir del "lejos". Lo que River Plate perdió ese 26 de junio de 2011 no fue sólo la categoría. Ese día, River se despidió de su estatus, del privilegio que implica proclamarse el más grande y del reconocimiento que el planeta fútbol le ofrecía como tal. La categoría B, lejos de querer menospreciar la calidad de sus inquilinos, es una cicatriz en la cara, un escalón que toda esa gloria no puede darse el lujo de pisar. Ese día contra Belgrano, en el mítico Monumental, River Plate, después de casi un siglo de supremacía dejó de ser el más grande. 

Un presente similar, por no ir más lejos, es el que vive Brasil. Por supuesto su derrota no es de las proporciones de un descenso, aunque algo haya cambiado para siempre en su paisaje. Particularmente, si me gusta el fútbol se debe en gran medida a Brasil. No enumeraré los jugadores que he visto durante las últimas dos décadas o los logros que ha alcanzado, y sin embargo, a pesar de mi casi infinita admiración, después de esta semifinal ya nunca será lo mismo. El pasado no se borra y siempre nos recordará que Brasil en una semifinal de Copa del Mundo se comió siete, con el agravante de ser local. Como en las relaciones, cuando se pierde la confianza no hay artificio capaz de recuperarla.

¿Quién es entonces el más grande de Argentina? Siento que la imparcialidad que me cobija por el hecho de ser extranjero (aunque sea de Huracán y le tenga aprecio a Central en virtud de mi admiración por Fontanarrosa), me permite ser sensato para enumerar los criterios que terminan encumbrando a un equipo. Primero, el más grande no puede perder la categoría. La mancha de la B es indeleble, simplemente porque significa ser el último cuando se suma el promedio de un par de años. Por supuesto esto se complementa con las glorias alcanzadas, la antigüedad, la popularidad, la regularidad, pero a fin de cuentas, el primer filtro es no haberse ido a la B, lo demás es secundario.

Así las cosas y sin causarme mucha gracia, ese 26 de junio River cedió su trono a Boca, que si bien no es el más veces campeón, no ha descendido. Puede que Boca provenga de una categoría inferior, pero fue mucho antes de que el fútbol fuera una profesión en la Argentina. Es el único equipo que ha disputado todos los campeonatos de primera división, a lo que suma todos los títulos nacionales e internacionales que son de público conocimiento.

Esa condición de la que ahora goza Boca Juniors, sólo retornará a las manos de su destronado rival el día que Boca pasé por lo mismo que pasó River. Mientras tanto, los millonarios pueden disfrutar de volver a codearse con los grandes como el grande que es, pero sin discriminar el dolor de haberse ido a la B. El hincha de River que asuma el descenso como algo efímero, está sin darse cuenta haciendo lo mismo con la gloria ganada durante años, condición sin la que River sería lo que es. 

La circunstancia que hace grande a un equipo radica en la gloria de su historia. Si una institución hace uso de ésta para enaltecer sus credenciales, debe hacerlo también con sus derrotas con la frente en alto y aceptando el sitio que ésta le ha conferido. River ha vuelto a ganar, puede desempolvar sus gloriosos triunfos y mostrarlos con orgullo como un estandarte del fútbol mundial. Mil felicitaciones. River vuelve a ser River, pero no el más grande.