viernes, 7 de noviembre de 2014

A Sao Paulo con Fútbol le alcanza


Vi el partido entre Emelec y Sao Paulo. Además de ser hasta el momento el mejor partido de la Copa, muchos detalles que llamaré provisionalmente "extrafutbolísticos" llamaron mi atención. Y les asigno este adjetivo porque si bien deberían ser inherentes al fútbol, hace mucho y en especial de esta parte del hemisferio que nos hemos acostumbrado a obviarlos, a excluirlos de la práctica habitual del deporte e incluso para algunos (la inmensa mayoría) pasan por recomendables.


Antes de detallarlos, vale la pena resaltar la calidad de los equipos que a su vez se reflejó en la calidad del partido, que por cierto tuvo de todo. Gol al primer minuto, Hack trick, dos penales, cinco goles, la incertidumbre de saber quién avanzaba a siguiente ronda hasta el final del partido, figuras de primer orden mundial (del lado de Sao Paulo) y una actitud de ir al  frente todo el partido tanto en Emelec como en Sao Paulo.

Pero eso todavía se encuentra. Todavía el Fútbol es tan benévolo como para regalar espectáculo incluso con los jugadores más inesperados. La actitud de los jugadores de Sao Paulo fue la inusual, la que me sorprendió. Empezando por cómo todos sus integrantes se ofrecieron antes del partido para remover de la cancha las cintas de papel lanzadas por los hinchas de Emelec. Todos los jugadores se pusieron en la tarea de extraer papeles como si fuera uno de los objetivos por los que trabajan durante la semana. Pero eso no fue todo.

Les pitaron dos penales. Está bien que los dos fueron inobjetables. Pero en oposición a como nos hemos acostumbrado con cualquier decisión tomada por el árbitro, ninguno reclamó, ninguno llegó vociferante a reprochar las órdenes del juez. Su cabeza estaba en el partido y no había tiempo para eso. 

Como tampoco lo había para ganar minutos ante cada falta o incluso para simularlas. Cada vez que un jugador de Sao Paulo fue al piso, obedeció a la fuerza de la falta, al rigor del partido. No se dejaban caer ante cualquier contacto. El espectáculo así lo ameritaba. Desde Rogerio Zeni hasta los delanteros, dan la impresión de ser un equipo noble, de pundonor, de que trabajan con miras a ganar en franca lid lo que ambicionan. 

Cada cambio de jugador para Sao Paulo es eso, un cambio. No una estrategia para ganar minutos, no la justificación para tirarse al piso y fingir dolores. Todos los jugadores que vieron su número en el cartel hicieron uso de sus arrestos y salieron del campo trotando, sin interrumpir el ritmo del partido aunque ello pudiera beneficiar a Emelec. A eso le llamo "gallardía".

Al final dignísimo ganador. Un equipo de deportistas que reivindican el espíritu del deporte y al hacerlo dejan sobre la mesa una reflexión para todos los cuerpos técnicos del continente. No exagero cuando digo que no recuerdo la última vez que un equipo de América prescindía de ese tipo de estratagemas para afrontar un partido. Es la oportunidad para despertar a la naturalidad con que se finge, con que se inventa, con que se falsea la esencia del deporte que tanto quiero. Hablo de cuerpos técnicos, porque hace parte de la formación del jugador evitar ese tipo estrategias. Si recurren a ellas es porque hasta ahora ningún formador les ha hecho indicaciones al respecto.

Si Sao Paulo juega a eso, a aprovechar cada instante del partido, lo hace desde la certidumbre de ser grandes, de saberse un equipo que confía en la honestidad de su trabajo. Me queda la impresión de que a Sao Paulo le alcanza con eso, no necesitan más.

martes, 21 de octubre de 2014

La Primera División

Yo me pregunto si todos los hinchas de Fortaleza, Uniatónoma, La Equidad, Águilas Doradas y Chicó juntos podrían colmar un estadio de asistencia media en Colombia, por poner un ejemplo el Hernán Ramírez o el Centenario de Armenia, o incluso uno de aforo pequeño como el Metropolitano de Techo. Yo me respondo que no, que son equipos sin hinchada y que ello les confiere la pragmática y simple condición de clubes deportivos. 

Su historia administrativa y deportiva es admirable. Porque alcanzar después de pocos años por el fútbol de ascenso la primera división y además mantener su lugar en la máxima categoría, aunque hayan pasado por todas las sedes del mundo, es un logro que no muchos han logrado y que incluso clubes encumbrados han sido incapaces de ejecutar. ¿Pero qué pasa con la pasión? ¿Dónde queda el apoyo incondicional, la alegría o la tristeza por la derrota, la comunión con el pueblo, las historias de los hinchas? Quiero hacer notar que en los equipos anteriormente citados no está por ejemplo Patriotas de Boyacá. Aclaro que no hago acopio de equipos chicos, cito equipos desarraigados, sin gente que los aliente o que encuentre en ellos un representante digno de la región. Patriotas es el equipo de la tierra y la gente lo quiere.

¿Tendrán estos equipos aficionados que esperen un partido con nervios o que celebren sus victorias? ¿Será que les duele una derrota o sienten rivalidad hacia su compañero de plaza o ciudad? Para mí, la respuesta afirmativa a estas preguntas responde en gran medida a la esencia del fútbol, o por lo menos a su ámbito más importante. Porque tampoco podría negar la dinámica del fútbol de ascenso, y que nuestra máxima categoría de cabida a equipos de rincones remotos o sin historia. De algún modo la heterogeneidad de sus integrantes dota al campeonato de un aura sanamente integradora, a costa de un nomadismo que se apodera de los nuevos integrantes de la categoría máxima, y de una nueva tendencia en la que crear un equipo y hacerlo parte de la liga depende exclusivamente de grupos inversores.

La simbiosis Club-Ciudad, el sentido de pertenencia hacia una institución deportiva es cosa de algunos en nuestra primera división. Hay una primera división dentro de la liga Postobón. Por otro lado, todos los clubes nombrados en el primer párrafo coinciden en tener orígenes disimiles al lugar en el que actualmente actúan como local. Son equipos trasplantados, ajenos en un campo que cumple como sede del calendario, no como casa. Salvo por los familiares de los jugadores y representantes de la corporación deportiva, no hay quién disfrute del espectáculo, no hay quién se alegre. Los partidos se juegan para cumplir un sistema de campeonato que exige que se jueguen, al margen del corazón del fútbol que en mi concepto es la pasión que genera. Qué haríamos con una final Fortaleza - Uniatónoma.

El Torneo Postobón o Segunda División es el otro polo. Cuenta en su haber con 8 equipos representantes de ciudades intermedias de Colombia, equipos con historia en el fútbol colombiano. A estos se suman clubes que en medio de su modestia son los portavoces deportivos de ciudades pequeñas. Si bien la comunión hinchada-equipo en ocasiones no dura más de unos años en razón a que las instituciones quiebran o son adoptadas por otra ciudad, inversionistas o grupos económicos, cascos urbanos intermedios como Villavicencio, Popayán o Montería han logrado decir presente en el mapa futbolístico colombiano en el marco de un equipo hecho de retazos y sin más historia que una firma o un negocio. El hecho de que jueguen segunda división es irrelevante. Nadie espera de ellos una notable actuación porque persisten y subsisten exclusivamente como entidades que representan sectores específicos del país, apoyados no desde el cariño filial al club de los amores, como desde el orgullo por habitar una localidad que ahora acoge fútbol profesional. 

Hay excepciones. O hubo excepciones. No se olvide por ejemplo que durante más de una década Alianza Petrolera fue el equipo de Barrancabermeja, o Águilas Doradas el equipo de Itaguí. Rionegro fue el equipo más longevo de la Primera B en su sede original hasta su traslado a Bello, que por cierto, también tenía equipo propio. Es inevitable preguntarse qué sentido de pertenencia puede despertar en los habitantes de Pereira un equipo como Águilas Doradas, como en su momento me pregunto por la recepción en Tunja de Chicó F.C.

De todas las formas en las que hemos adaptado el sistema argentino de campeonato, aún cuando su adecuación sea desfavorable, la más acertada (quizá la única) ha sido la democratización obligatoria de los clubes, entendiendo que los clubes son de los hinchas y no responden únicamente a la burocracia de un aval deportivo. Mírese el caso de equipos en su momento grandes que han sabido sortear los descensos y las crisis de la mano de sus hinchas, haciendo de sus epicentros barriales un centro de acopio y convirtiendo las dificultades en un reto local: Parque Patricios con Huracán, Caballito con Ferrocarril Oeste, Chacarita con su equipo homónimo. Si las ciudades y los hinchas no intervienen en el futuro de su equipo como entidad, no me extrañarán equipos como el Junior de Cartagena, o el Once Risaralda.

Sería injusto sin embargo culpar sin miramientos a las alcaldías o incluso a las administraciones de los equipos por ser incapaces de sostener perpetuamente un equipo cuando son evidentes las dificultades económicas, y más sin ayuda privada o municipal. No es esto ni mucho menos una perorata en contra de malas administraciones o una columna con el propósito de juzgar. Sí es en cambio un llamado a las aficiones para acoger como patrimonio de sus ciudades y sus municipios el equipo que los representa. En este sentido es de rescatar las advertencias de la Superintendencia de Sociedades y el ejemplo de Millonarios y Chicó, en el que por medio de acciones son los hinchas los propietarios de los equipos: las llamadas Sociedades Anónimas. La grandeza de las instituciones nace a partir de la comunión con sus hinchadas. Entre más se cultive esta relación, incluso ajena al marco jurídico implantado, más viable parece ser la prolongación de cada equipo como representante de una ciudad o por lo menos un sector. 

La Dimayor recién ha aprobado un nuevo sistema de campeonato con dos inquilinos más. Su propósito, incluir en la fiesta grande de nuestro fútbol equipos con hinchadas que representen ganancias por la reproducción de sus partidos por TV o el mercadeo que generan, bajo una forma de restitución a la mística que sólo producen ciertos equipos. Aplaudo la iniciativa, no sin decir que la historia de un grande incapaz de ascender por sus propios medios y sí por decreto se verá afectada, que las alcaldías o gobiernos centrales deben ejercer un papel más importante en la formación de un equipo y en su relación con la población, que habrán muchos partidos de la Primera división que no voy a ver ni loco y por último que la historia importa, como importa la pasión. No tengo nada en contra de los equipos que nombré, de hecho, me resultan tan indiferentes que si están en primera o segunda división me da lo mismo.

viernes, 26 de septiembre de 2014

¡¡Qué grande Mario!!



Fui testigo con mis 28 años (y tengo el privilegio de recordarlo) de las clasificaciones a USA 94 y Francia 98. Tengo  grabado el 5-0 contra Argentina. A "El Pibe" tremendo en el Monumental, a Maradona aplaudiendo después de declaraciones polémicas, a mi Selección llegando al mundial como favorita. Viví también con intensidad la actuación para Francia 98. Una eliminatoria que hasta la primera ronda fue cómoda y que en algún momento se llegó a complicar por cuatro partidos sin sumar de a tres, pero que en buena hora fue corregida y en la que se clasificó con relativa tranquilidad después de tres victorias en línea. 


Por eso, porque estaba acostumbrado a que la Selección clasificara con holgura, fue que la eliminación del mundial de Corea del Sur y Japón dolió como dolió. Y aunque la Selección de esa eliminatoria estuvo lejos en rendimiento de la generación anterior, la amargura igual fue tremenda, como lo fue para los mundiales de Alemania y Sudáfrica. A un gol y a un punto estuvimos de clasificar respectivamente. A este consuelo inútil sumo que hubo un par de jugadores que dejaron su humanidad en la cancha durante esos 16 años de eliminatorias. En cada una de las tres hubo quienes lo merecieron, sólo uno en mi concepto lo mereció por las tres, con creces. Mario Yepes.


De ahí que si alguien mereció este mundial fue él. Al final de su carrera logró aquello por lo que trabajó desde su inicio. ¡Y cómo lo logró! Qué mundial que hizo, qué capitán que tenía Colombia. A diferencia de casi toda la Selección Colombia, Yepes llegaba al mundial sin la aprobación total de los colombianos, en especial desde algunos sectores del periodismo. Se decía que ya era lento, que su liderazgo no era positivo, que su experiencia no estaba al servicio del equipo. No tengo que escribirlo, porque es de público conocimiento la forma en que Mario Yepes hizo frente a las críticas: jugando fútbol. No sé si Mario era el corazón de la Selección, pero sí era el latido. Su entrega fue la alegría de una carrera que desemboca en el objetivo esquivo durante toda esa carrera.

Si bien es innegable que sus cierres y sus cortes deslizantes no eran los mismos de hace algún tiempo, digamos el tiempo en el que su juego nos mantuvo vivos hasta los últimos partidos de las tres eliminatorias anteriores, su entrega lo compensó. Durante los partidos del mundial fue la jerarquía, fue el llamado al compromiso a sus compañeros. En el uno a uno, en el juego aéreo fue implacable. Fue lo que un equipo espera de su capitán. Después de El Pibe, además por el hecho de ser el segundo jugador que más ha vestido la camiseta de la Selección, diría que ha sido el capitán más notable que la Selección ha tenido.

Su currículo con la Selección es sorprendente. Jugó con todos los esquemas tácticos, haciendo línea de tres con Córdoba y Bermúdez, o lo que en su momento fue llamado líbero "doble stopper". Fue líbero y fue "stopper".  Es el único jugador que estuvo presente en los dos momentos más importantes de nuestro fútbol como Selección: fue titular en el equipo campeón de la Copa América 2001 y capitán de la Selección que avanzó hasta cuartos de final del último mundial. Hizo además parte de la única Selección Colombia que jugó Copa Confederaciones. Es la figura más fulgurante de una generación que empalmó las dos más exitosas de nuestra historia. Como defensa central, Mario Yepes militó en un Deportivo Cali recordado. Fue insignia de River Plate y jugó en clubes como el Milan o el PSG. Siempre inspiró confianza desde su juego aéreo, con sus relevos, con ese cierre característico en el que desde atrás iba abajo y difícilmente pasaban rival y pelota al tiempo; con su voz de mando, su salidas al ataque y su buen saldo de goles para ser central. Seis en total con la Selección. Es después de Carlos Valderrama el jugador que más veces se ha puesto la camiseta de Colombia en partidos oficiales. Completó 102, nada más y nada menos que en cuartos de final. Si los hinchas sufrimos cada eliminación, él sufrió las tres como jugador. Al borde de su retiro y con la presión de excelentes jugadores reclamando el inevitable recambio, Mario hizo justicia a sus años de trabajo y cumplió el objetivo que persiguió toda su carrera, además llevándolo al límite, siendo ésta la mejor Selección Colombia de toda la historia, o por lo menos la más exitosa. 

Hoy la Selección lo despide, como en su momento tendrá que hacerlo con toda esta camada y las que vengan. Desde ya queda en la historia como un referente y como modelo de tenacidad para los jugadores que vengan y encaren el compromiso y el orgullo de vestir la camiseta de la Selección. Participar en cuatro eliminatorias y alcanzar el logro hasta la última siempre demostrando un nivel superlativo le pone un broche de oro al cierre de su vida como jugador, más la medalla de honor que le confiere el mundial que hizo. Hoy con los colores del ciclón de Boedo promete además jugar mundial de clubes. Vuelve y tensiona la gloria de su vida deportiva y la necesidad de homenajes. Este es a su modo uno muy pequeño.

sábado, 16 de agosto de 2014

¿Por qué Colombia perdió con Brasil?

Pasada la agitación del mundial, del que coincido con quienes lo han sentido como el mejor de la historia, viene el momento de hacer reflexiones de todo tipo. Y si bien el mundial ya es historia, puntualizar algunos aspectos sobre lo que hicimos como equipo, sobre nuestras virtudes, pero por encima de todo sobre nuestras flaquezas no deja de ser valioso y en mi humilde opinión necesario pensando en el futuro. Y por favor no se entienda que mi propósito es la crítica destructiva. Remitirme a los puntos en los que el rendimiento aún puede ser más alto, se debe a creer que desde las flaquezas es más fácil limar imperfecciones y llevar el equipo a punto. 

Decir que se falló es disonante cuando los logros alcanzados fueron inéditos. Pero cuando el fútbol expuesto a lo largo de la Copa otorgaba la ilusión del lugar más alto del podio, o por lo menos uno más alto del que alcanzamos, es inevitable revisar por qué un equipo con muchísimo menos fútbol que Colombia nos eliminó, aunque haya sido justicieramente.

Primero, y al margen de cualquier planificación, el gol de camerino reformula el partido. Tanto como me lamento por el gol de Yepes (no sé si fue), no dejo de imaginar qué habría pasado si en la jugada del primer gol de Brasil, Carlos Sánchez no hubiese perdido la marca de Thiago Silva. Fue una desconcentración, un lapso infinitesimal en el que desembocaron la historia del rival, su localía y la intensidad de los primeros minutos. Todas las limitaciones que había exhibido Brasil para buscar un partido, simplemente se omitieron porque ya no tenían esa obligación. 


El gol llenó de aire la camiseta de Brasil que empezó a imprimir temperamento al partido, no sin injerencia de un juez que dejó de pitar muchas faltas. Y vuelvo a la palabra "injerencia" porque no podemos culpar totalmente al juez por la derrota. A Alemania le habrían podido anular el quinto gol por fuera de lugar, y sin embargo no habría importado porque ellos hicieron la tarea de ir al frente y marcar goles, Colombia no. Nunca asimiló lo que significaba estar por debajo del marcador, cosa que hasta el momento no había ocurrido, y menos cuando David Luiz marcó un gol de otro partido.

Con jugadores corpulentos Brasil embestía, sin ideas, sin talento, pero embestía. Colombia no atinaba a encontrar el planteamiento que permitiera contrarrestar un rival físicamente diligente y arriba en el marcador. En ese sentido, los cuatro primeros partidos de Colombia pudieron haber jugado en contra. Grecia, Costa de Marfil, Japón y Uruguay esperaron. Nunca fueron a presionar a Colombia desde su salida, situación que le brindaba a nuestro sistema defensivo la tranquilidad de salir jugando. Cuando Brasil presiona desde nuestro primer cuarto de cancha, nos encontramos con una situación que estando empatado el partido podría solventarse rechazando el balón, pero que con el marcador abajo implicaba sapiencia para administrarlo. 

Brasil al final del partido cometió el mismo error de Colombia ante Grecia, Costa de Marfil y Uruguay: entregar la pelota. El frenetismo de los últimos 20 minutos del partido no se debe a que Colombia haya tomado las riendas, si no a que Brasil decidió esperar, tomó la decisión de encerrarse y acumular hombres para sostener el resultado. Claramente ningún equipo puede sostener la presión sobre la salida de su rival los 90 minutos, pero cuando el rival está desorientado y además el marcador favorece, las líneas no tienen por qué echarse para atrás. Si la línea atacante permanece en el último cuarto de cancha, su presión en la salida del rival es físicamente menos demandante porque los delanteros ya están incrustados en la defensa. No es necesario recorrer largas distancias.

Esa fue una de las claves de Alemania. Entender que la superioridad no es abstracta ni histórica, si no que se debe ejecutar, y se ejecuta con el dominio total del balón, haciendo 50 goles si el rival lo permite y poblando todo el campo los 90 minutos como señal de autoridad, de que no hay por qué retroceder líneas si el rival es inferior.

Brasil ganó con justicia porque ejecutó con eficacia un plan basado en las fortalezas de Colombia. Entendió que la salida de Armero y Zúñiga era una de nuestras armas; copó el medio campo con cuatro volantes y dos delanteros, lo que ocasionó que Colombia sólo pudiera atacar por intervenciones individuales de James y Cuadrado; salieron a ganar de camiseta, a pasarle su historia por encima a una Colombia que de haber aguantado el envión inicial seguramente habría salido airosa y sin modestia lo diré, con creces.

Subrayar los errores de esta Selección es un trabajo arduo. Después de Alemania, Colombia en mi concepto tuvo el mejor funcionamiento como equipo durante el campeonato, sustentado por una calidad de jugadores asombrosa. A esto sumo un equipo con corazón. Una Selección que sin contar con su estrella más fulgurante fue solidaria, aplicada. Con dos volantes externos sensacionales, un arquero seguro y un capitán que terminó siendo el latido, la fuerza anímica de un grupo que de mantenerse, ojalá con el mismo cuerpo técnico, puede aspirar a mayores cosas para el futuro.

Entiendo que pensar en lo que habría pasado si, es una labor inútil y que en nada aporta a una historia ya escrita. Lo hago sin embargo, con la firme seguridad de que este equipo se presta para hacerlo. Con una generación en la que el 95% de su plantel puede estar en Rusia 2018, tenemos el derecho y el equipo de esperar los lugares más altos.

viernes, 8 de agosto de 2014

River vuelve a ser River, pero...

River vuelve a ser River. Argentina y el mundo futbolístico celebran que un grande reivindique su historia, como la "Juve" cuando había descendido y volvió para ser campeón, o como será con el América de Cali cuando sea su turno. Muchos años tuvieron que pasar para que el equipo de la banda cruzada regresara a donde pertenece y de la forma en que lo hizo: consagrándose campeón después con una goleada apabullante, curiosamente por el mismo número de puntos de diferencia sobre su más próximo seguidor en la tabla, cinco. Su autoridad fue INOBJETABLE.

Para mí, que no soy argentino, River Plate fue durante casi tres décadas (un poco menos que mi edad) el equipo más grande de Sudamérica y uno de los más temibles del planeta. No puedo sentir menos que admiración cuando recuerdo monstruos de las dimensiones de Franccescoli, Salas, Crespo, Ortega, Aymar, Sabiola y cien más. Jugar con River, el gigante mítico, estremecía. Aun más si había que hacerlo en el Monumental. Era como ir por el dragón a su cueva. Una cueva ensordecedora revozante de papelitos blancos que completaban un marco apoteósico en el que rescatar un punto era una hazaña. Toda esa gloria sustentada además por el mayor número de títulos en su país. La familia de River y los amantes del fútbol en general estamos felices de que la jerarquía vuelva a pesar. Así lo ha hecho saber su nueva administración con una vitalizante y acertada estrategia publicitaria que ellos mismos se han encargado de difundir, más la frase "el más grande lejos". 

Pero si la afirmación de que "River vuelve a ser River" es innegable, también contrasta con la mentira de autonombrarse "el más grande" y ni qué decir del "lejos". Lo que River Plate perdió ese 26 de junio de 2011 no fue sólo la categoría. Ese día, River se despidió de su estatus, del privilegio que implica proclamarse el más grande y del reconocimiento que el planeta fútbol le ofrecía como tal. La categoría B, lejos de querer menospreciar la calidad de sus inquilinos, es una cicatriz en la cara, un escalón que toda esa gloria no puede darse el lujo de pisar. Ese día contra Belgrano, en el mítico Monumental, River Plate, después de casi un siglo de supremacía dejó de ser el más grande. 

Un presente similar, por no ir más lejos, es el que vive Brasil. Por supuesto su derrota no es de las proporciones de un descenso, aunque algo haya cambiado para siempre en su paisaje. Particularmente, si me gusta el fútbol se debe en gran medida a Brasil. No enumeraré los jugadores que he visto durante las últimas dos décadas o los logros que ha alcanzado, y sin embargo, a pesar de mi casi infinita admiración, después de esta semifinal ya nunca será lo mismo. El pasado no se borra y siempre nos recordará que Brasil en una semifinal de Copa del Mundo se comió siete, con el agravante de ser local. Como en las relaciones, cuando se pierde la confianza no hay artificio capaz de recuperarla.

¿Quién es entonces el más grande de Argentina? Siento que la imparcialidad que me cobija por el hecho de ser extranjero (aunque sea de Huracán y le tenga aprecio a Central en virtud de mi admiración por Fontanarrosa), me permite ser sensato para enumerar los criterios que terminan encumbrando a un equipo. Primero, el más grande no puede perder la categoría. La mancha de la B es indeleble, simplemente porque significa ser el último cuando se suma el promedio de un par de años. Por supuesto esto se complementa con las glorias alcanzadas, la antigüedad, la popularidad, la regularidad, pero a fin de cuentas, el primer filtro es no haberse ido a la B, lo demás es secundario.

Así las cosas y sin causarme mucha gracia, ese 26 de junio River cedió su trono a Boca, que si bien no es el más veces campeón, no ha descendido. Puede que Boca provenga de una categoría inferior, pero fue mucho antes de que el fútbol fuera una profesión en la Argentina. Es el único equipo que ha disputado todos los campeonatos de primera división, a lo que suma todos los títulos nacionales e internacionales que son de público conocimiento.

Esa condición de la que ahora goza Boca Juniors, sólo retornará a las manos de su destronado rival el día que Boca pasé por lo mismo que pasó River. Mientras tanto, los millonarios pueden disfrutar de volver a codearse con los grandes como el grande que es, pero sin discriminar el dolor de haberse ido a la B. El hincha de River que asuma el descenso como algo efímero, está sin darse cuenta haciendo lo mismo con la gloria ganada durante años, condición sin la que River sería lo que es. 

La circunstancia que hace grande a un equipo radica en la gloria de su historia. Si una institución hace uso de ésta para enaltecer sus credenciales, debe hacerlo también con sus derrotas con la frente en alto y aceptando el sitio que ésta le ha conferido. River ha vuelto a ganar, puede desempolvar sus gloriosos triunfos y mostrarlos con orgullo como un estandarte del fútbol mundial. Mil felicitaciones. River vuelve a ser River, pero no el más grande.